De verdad quiero leer pero tengo tantas cosas que hacer.
A veces, cuando hablamos de lectores, no nos sentimos identificados. Vemos en la palabra a esas personas come libros que se pasan la vida consumiendo novelas y cuentos y saben de autores y de obras literarias más que nosotros, pero no es así. De una u otra manera, más o menos, todos somos lectores. Sí, todos, por si piensas en las personas que no saben leer, también ellos son lectores y leen los símbolos, los colores y las imágenes y las historias que les han llegado vía oral.
Ser lector es acudir a las letras por alguna razón privada. Informarse, entretenerse o comunicarse. Queremos leer acerca de algo o de alguien, queremos saber qué piensa, qué sucede, qué siente. A través de las palabras nos metemos en la vida de un país o de un personaje de ficción o de la historia. Podemos vivirlo como una película o casi sentirlo si está escrito en primera persona.
La literatura es un arte, sí. También un oficio, dicen. Y algunos otros opinan que ni una ni otra. Y todas a la vez son ciertas, como es cierto el hecho mil veces comprobado de que leer nos vuelve mejores personas, seres empáticos. Entonces, no nos convertimos en lectores, ya somos lectores. La cuestión es entonces si leemos con suficiente regularidad o si nos gana la pereza cuando vemos un libro gordo.
Algo sucede en el camino de forjarse un gran lector, que perdemos el interés por las letras. Quizás porque es más fácil llegar a encender la tele y ya ni hablamos del celular que traemos en la mano como una extensión del cuerpo, pero ahí también encontramos material para leer muchas horas, solo que elegimos lo fácil, lo inmediato y lo breve.
Leer grandes volúmenes requiere de un esfuerzo que casi nunca encontramos y eso se debe en gran medida a que no hemos permeado en nuestro cuerpo la importancia de la lectura. Sabemos que es importante leer. Lo hemos escuchado, lo hemos leído, hasta lo hemos conversado y posiblemente hemos asistido a alguna conferencia en donde nos han dicho las veinte mil razones de por qué es importante leer. Y no sólo por qué sino para qué.
Seguramente si te pongo a pensar en cinco razones, me las darás de inmediato sin equivocarte. Entonces, si sabemos la importancia de la lectura y conocemos las razones a conciencia, ¿por qué no leemos?
Hace tiempo, en preparación para una conferencia, me puse a pensar en todas las razones que la gente me ha dicho para justificar no leer. Seguro encuentras la tuya aquí:
- No tengo tiempo.
- Juro que me esfuerzo, pero me gana el sueño.
- No sé ni qué leer.
- El libro que quiero leer está carísimo.
- No sé qué tan bueno es un libro.
- Hay tantos en una librería…
Bueno, en este blog iremos analizando cada una de las razones por las que decimos que no leemos, y también hablaremos de las verdaderas razones que están en el fondo de nuestra conciencia pero es muy difícil reconocer.
Hablemos primero de qué tan adentro de nuestro cuerpo está la importancia de la lectura. Por ejemplo, casi todos los que me están leyendo hora, posiblemente se bañaron por la mañana. Lo hicieron porque es un hábito de limpieza. De pequeños, su madre los llevaba a la regadera o a la tina y les quitaba la mugre de encima, también percibieron una sensación de relajación y confort. En otros casos, una forma de despertar por completo, por eso, de forma consciente e inconsciente, asociamos el acto de bañarnos con limpieza, relajación y despertar.
Entre otras cosas, lo más probable es que también represente una forma de respeto a los demás. Llegas bañado a trabajar y no oliendo a cama. Y si haces ejercicio antes, con más razón. De ninguna manera llegarías sin bañarte a una entrevista de trabajo o a una junta importante con un cliente.
Ahora imagina que una mañana abres la regadera y no sale agua. Algo sucedió, pero no hay tiempo de averiguar. Llevas prisa, así que como puedes, te limpias. Sé de algunos que serían capaces de sacar agua de la llave que llega de la calle para, por lo menos, lavarse la cara.
Durante el día te sientes incómodo y con poca confianza de acercarte a los demás. Regresas a casa en busca de la regadera. Bueno. El día que sientas esa misma incomodidad por no leer, tendrás clavada en el cuerpo la importancia de la lectura. Mientras pienses que es una actividad de ocio a la que hay que dejarle los minutos del día que te sobren, sabrás la importancia pero no la tendrás metida en el cuerpo como el hábito de bañarte.
Y es que así como te inculcaron los hábitos de higiene, te debieron inculcar el de la lectura. Con el mismo ahínco y con la misma constancia, pero si quienes nos educaron no tenían el hábito construido totalmente, lo más probable es que la lectura se haya hecho en casa como en la mayoría de nuestros hogares. De vez en cuando y sin la reflexión necesaria. Al final de todas nuestras actividades, cuando ya estábamos cansados y metidos en la cama y a dos minutos de caer en el abrazo de Morfeo.
Ojo, aquí no hay culpa en nadie. Los papás hacen lo mejor que pueden y somos una nación que apenas hace un siglo estaba en los pañales de la alfabetización. De hecho, para lo que hemos vivido, tenemos un buen logro sobre la lectura. Sí, a pesar de esas cifras horripilantes que nos dan las estadísticas.
Luego crecemos y seguimos con el mismo patrón: leer en la noche, después de todas las actividades del día, cuando ya estamos cansados y a dos minutos de caer casi en coma. Así que lo primero que tenemos que cambiar es la configuración con respecto al hábito de leer. Leer es una actividad de vigilia, no de arrullo. Es un momento que requiere cierto nivel de concentración, no los últimos instantes de percepción del mundo. Un libro nos demanda energía y nosotros le damos el último vaporazo del día.
Así que ahora lo sabes. Cambiar una configuración de hábitos no es cosa fácil. Va a requerir de mucha conciencia. No te preocupes, sé que Roma no se hizo en un día, pero con un poco de voluntad, podrás forjarte lector. Piensa que sí tienes tiempo y que debes regalártelo en un libro. Mete veinte minutos en tu agenda de cosas por hacer y apaga todos los dispositivos electrónicos. Y lee. Lee lo que quieras. Si no puedes con veinte, comienza con diez, con cinco, con uno, pero lee. Si ya llegaste hasta aquí, por ejemplo, ya cumpliste con una meta del día.